Cosecha
de Gestos

Gestos de Cultivo



Presentación por José Imanol Basurto Lucio,
estudiante de Historia del Arte de la Escuela Nacional
de Estudios Superiores Unidad Morelia.




Gestos de cultivo es una provocación para la escritura literaria en relación con procesos urbanos y rurales de cultivo en menor o mayor escala. Quien escribe, narra e imagina el conjunto de gestos que integran y vertebran una práctica agrícola es Yael Plascencia, estudiante de octavo semestre de la licenciatura en Ciencias Agroforestales. El ejercicio de escritura fue acompañado, leído y editado por José Imanol Basurto Lucio, Salem García Samilpa y Jael García Zamilpa. Los gestos retratados muestran a través de un lenguaje literario la dimensión somático-material-relacional de las prácticas de cultivo, permitiéndose poetizar y dramatizar aquello que ocurre en el sostenimiento de vidas vegetales en el contexto de un huerto.

Textos por Yael Plascencia
estudiante de Ciencias Agroforestales de la Escuela Nacional
de Estudios Superiores Unidad Morelia,
como parte de los ejercicios de especulación acerca de los gestos que
implican el sostenimiento de la vida en los cultivos agrosilviculturales.



1. Pensar, tener y hacer un huerto


Desde que Elena conoció el huerto de su amigo Joel, encontró esa inspiración que algunos necesitan experimentar para reconectarse y sensibilizarse con sus antepasados y su entorno. Llena de energía e ideas, decidió establecer un pequeño huerto en el jardín de su casa. Pasaba de verse con solamente algunos manchones de pasto seco a un lugar lleno de vida, colores, formas, olores y criaturas diversas en su jardín. Elena logró sembrar y cosechar diferentes alimentos desde hace seis años que empezó el huerto en casa. Cultivando aquello que ha conocido y comido desde pequeña, pero que para ella, no fue hasta ese momento que pasaron a formar parte clave de su identidad, influyendo en su forma de ser en el día a día. Desde que tiene un huerto, anda con más calma y sin tanta rigidez. Esto se refleja en su caminar y las posturas que adopta, un tanto más erguida pero relajada. El poder cosechar los alimentos que ella misma siembra la hace una persona más alegre, al poder sentirse acompañada y motivada para cuidar y acompañar el crecimiento de sus plantas a la par que lo hace con su cuerpo. El simple hecho de poder pensar, tener y hacer el huerto, significó un cambio de pensamiento, sentimientos y acciones en su vida.




2. Tocar la maceta


Jacinto quería implementar un huerto tras haber oído sobre las bondades y beneficios que brindan. Como lo haría en la azotea de su casa, uno de los principales requerimientos eran las macetas. Pensó sobre qué maceta le sentaría mejor a cada cultivo que quería establecer en su huerto. Estando en un vivero donde vendían diferentes cosas para cultivo, comenzó a examinar las macetas que ofrecían. Tocar las macetas de barro, siempre frescas, le brindaba una sensación de seguridad y alegría, pues sus plantas se mantendrían saludables y húmedas. Podía sentir los pequeños poros y la superficie rugosa dentro de la maceta, lo cual servía para acumular y mantener el agua. Al recorrer con sus manos el barro, notaba las irregularidades como bultos, grietas y pequeñas deformaciones que cada maceta tenía de manera particular, de manera que Jacinto podía imaginar el proceso artesanal por las que fueron elaboradas. El olor del barro que acariciaba suavemente su nariz, le daba la ilusión de que ya tenían tierra y plantas, que la vida estaba ya presente en las macetas de barro. Decidió comprar aquellas macetas, las cuales tenían diversos diseños para todos los gustos, optando por las que le parecían más atractivas a su parecer. Adornando y consintiendo las plantas de su huerto.


3. Intuir la lluvia


Don Felipe ha dedicado toda su vida a sembrar la tierra, de manera que sabe que hay situaciones que escapan de su control. Tuvo que aprender a adaptarse para sacar adelante sus cultivos. Para sembrar el maíz, don Felipe se espera a la época de lluvias. Suele sembrar sus semillas previo a cuando comienzan las lluvias o después de la primera lluvia de la temporada. El olor a tierra mojada le avisa a don Felipe que es hora de cultivar aquella semilla de maíz. Es ese calor que anuncia la venida del verano el que le dice que la temporada de siembra llegó. Para don Felipe esto siempre implica tener que tomar una difícil decisión, ya que cuando hay sequía puede llover una sola vez y dejar de llover hasta incluso meses después. Sin embargo, ha aprendido a confiar en lo que su cuerpo le indica, aunado a los conocimientos que sus padres le han heredado, de tal modo que puede identificar cuándo se trata de una lluvia tardía pero aislada o cuándo se aproxima el fin de la sequía y con ello el inicio de la siembra. Lo percibe a través de los escalofríos en su cuerpo producidos por los vientos cuando las lluvias están próximas, cuando observa animalitos que solo le visitan cuando empiezan las aguas, al ver un incremento de actividad en las nubes acompañada de la sensación de humedad en el ambiente que le hace sentir el cuerpo pesado. Humedad que ha llegado para quedarse el tiempo suficiente para regar los fértiles terrenos de don Felipe. Cuando él siente todo aquello, se arriesga a sembrar con la primera lluvia que llega, obteniendo casi siempre una buena temporada.


4. Conocer semillas y compartir historias de vida.


Doña Teresa es esposa de don Felipe. Juntos se han cuidado y han vivido a partir de cultivar un pequeño terreno. Doña Teresa va regularmente a los mercaditos a encargarse de la venta de sus productos. Suele truequear semillas y conocimientos locales, es decir, historias de vida. Siempre dialoga con los demás productores sobre la historia y características de sus semillas, los tiempos de cultivo, cosecha y las propiedades de los frutos. Comienzan intercambiando una mirada, seguido de un saludo amistoso, estrechando sus manos para darse después un ligero abrazo. Es entonces que se cuentan las novedades, algunos chismes, chascarrillos e historias cotidianas, siempre predominando los relatos que cuentan sobre la historia y características de sus semillas. Comentan acerca del número de frutos por planta, el tiempo que tardaron en crecer y dar frutos, raíces, semillas, flores y hojas, los cuidados y gastos que implica cada planta y sus variedades, la facilidad de cosechar los frutos y demás partes de las plantas, sobre todo se habla de sus sabores, sus temporalidades, sus olores, los medicamentos que pueden obtener y las recetas que pueden preparar. Llegado el momento de intercambiar semillas, las personas se asombran y fascinan al observar que una misma especie de planta puede tener semillas de diferentes colores, al tocar con la punta de sus dedos las diferentes texturas que llegan a encontrar, comparando los tamaños y formas peculiares de esos nuevos granos que intercambian. Se intercambian semillas, pero también historias, recetas, técnicas y sensibilidades para poder seleccionar las mejores semillas para cultivar en el siguiente ciclo agrícola.


5. Esperar el fruto


María solía ir a casa de Elena para degustar deliciosos platillos que le preparaba con ingredientes cosechados del huerto de su casa. Un día Elena salió de la ciudad para disfrutar de unas largas vacaciones de verano, por lo cual le pidió a María el favor de cuidar de su huerta. María tenía un sin fin de dudas en un principio, ella se preguntaba sobre cuándo sería el momento ideal para pedirle el fruto, hojas, tallos, tubérculos, raíces o semillas a las plantas. Requería saber cuándo sería el momento en que las plantas estuvieran listas para otorgarle tal ofrenda y cómo recibir a la misma. Con el paso de los días desarrolló una estrecha relación con las plantas, empezó a conocerlas muy bien y saber cómo les gusta que las rieguen, las toquen, las poden y las cuiden. María espero paciente, viendo como brotaban los frutos de las flores que iban cambiando de color y tonalidad a la par que aumentaban su tamaño conforme pasasaban los días. Tomaba los frutos con sus dedos para presionar suavemente y darse cuenta de cómo cada día se suavizaban los frutos, como cada vez el olor que desprendían era más fuerte y dulce sin necesidad de siquiera acercar su nariz. Finalmente se llegaba el día de cosechar tras una larga espera, recompensa anhelada que podía apreciar con su paladar.




6. Espectáculo en el huerto


Para María, la atención que les brinda a sus plantas le es agradecida por ellas mismas. El proceso de ver nacer los primeros brotes de hojas, las primeras flores que surgen de los tallos de las plantas y el cómo de estas emergen frutos, era como si las plantas le regalasen microdosis de alegría en su día a día, por medio de las distintas tonalidades, olores y formas que ofrendan al prestarles la mínima atención. El hecho de que conforme pasaba el tiempo se tornaran características diferentes, implicaba pequeñas sorpresas que remediaban la monotonía de la rutina. El observar los verdes, amarillos, rojos, blancos y naranjas tan diversos como la misma naturaleza; el oler las frescas, dulces, cítricas y demás fragancias; o el atraparse viendo los patrones que formaban, a veces geometricos o en ocasiones sin sentido alguno, era un deleite que le hacía sentirse contenta, muchas veces sin darse cuenta de ello. Aquel espectáculo protagonizado por las plantas, era posible solamente por la atención que les brindaba María.




7. Cosechar


María despertaba ciertos días entusiasmada al saber que podía volver a saborear platillos preparados con los ingredientes del huerto de su amiga Elena. Pensar que se comería una ensalada con las zanahorias, las lechugas, los jitomates y demás hortalizas del huerto, la motivaban a ir cada día para revisar qué podía cosechar. Veía hermosos colores que le gritaban que era el momento para recibir la ofrenda que las plantas tenían para ella. Las texturas lisas o rugosas, la suavidad o dureza que sentía al tocar las plantas y sus frutos le indicaba que era el momento de cosechar. Tenía que ir casi diario al huerto, despejar su mente y cuerpo para darle el tiempo que requería el revisar sus plantas. A veces María se aseguraba a ella misma de que en cierto día podría cosechar, pues acababa de palpar con las yemas de sus dedos, olfatear con sus fosas nasales, y observar detenidamente las particularidades de cada fruto, pensando así que ya podría cosechar los siguientes días. Pero llegada la hora en que creía que tenía que cosechar, volvía a sentir aquellos frutos que había revisado y se daba cuenta de que estaba equivocada, que todavía no debía de recolectarlos, pues todavía estaban algo duros y además no tenían aun ese olor típico que penetraba su nariz y apetito. María decía que el cosechar implicaba instantes espontáneos, en los que de repente en alguna de sus visitas al huerto, percibía atributos puntuales que le indicaban que era ese el momento justo de cosechar.




8. Aflojar la tierra / Alzar el pico


Un grupo de voluntarias de un huerto comunitario, se organizaban constantemente para realizar diferentes actividades colectivas en el huerto, desde cultivar, cosechar, deshierbar entre muchas más. Ellas llaman a esta dinámica como hacer faena. En esta ocasión estaban acondicionando una parcela pequeña para cultivar en ella. Tenían primeramente que aflojar el suelo, para que se descompactara. De manera que tomaron un pico y empezaron a trabajar el suelo. Alzaban sus herramientas por detrás de sus cabezas agarrando vuelo para dejarlos caer con fuerza en el suelo y así lograr descompactarlo, repitiendo el gesto una y otra vez con diferente intensidad. Las primeras gotas de sudor comenzaban a deslizarse poco a poco por sus rostros, para ellos significaba un cansancio placentero. Sabían que lo que hacían era para un fin mayor a ese agotamiento e incluso dolor corporal que sentían. Para las voluntarias, aquellas sensaciones se verían rebasadas puesto que aflojar la tierra les permitía no solo cultivar, sino tener un espacio seguro de convivencia y recreación donde podían estirarse, ejercitarse y desestresarse a la par que obtenían alimentos sanos y nutritivos, fortalecer las relaciones sociales, contribuir localmente al ambiente y la economía con los beneficios que obtenían de la biodiversidad. Así que separados sus pies en una posición firme, continuaron picando, conscientes de lo anterior. El terreno pasaba de estar con una superficie plana y uniforme de tierra a verse cada vez más irregular. El suelo se iba soltando y se acumulaba en montoncitos, dependiendo de la dirección en que estaba picando cada una. Finalizada la faena, podrían sembrar y/o surcar fácilmente, teniendo un terreno donde las futuras plantas que crecerán, podrán explorar con sus raíces hasta el último rincón del suelo, sin impedimento alguno gracias a la descompactación de la tierra, permitiendo también la entrada y flujo de aire, agua y nutrientes a través del mismo.




9. Encontrar la piedra


Michel era una joven que apoyaba en distintos huertos de su comunidad, donde usualmente se acostumbraba hacer faena para ayudarse mutuamente entre vecinos en las actividades que tenían que realizar en sus terrenos. En cierta ocasión, Michel se encontraba aflojando la tierra de su vecino para la siguiente temporada de cultivo. Con su herramienta levantaba grandes terrones de suelo, mismos que se iban haciendo pequeños conforme impactaba el metal sobre ellos. De repente, se escuchó un estrepitoso sonido metálico y su pico salió rebotando de regreso por la trayectoria en que había dado el golpe. Lo que sucedió era que Michel había impactado con una gran piedra, que la hizo estremecer levemente. Primero sintió como se acalambraron sus dedos al sostener la herramienta con poca fuerza, seguido de una contundente y veloz vibración que recorrió el resto de su cuerpo. Pasaron pocos segundos para recomponerse, retiró la piedra a un costado del terreno y continuó con la labor, escuchando y observando como el pico ahora sí se introducía placenteramente en la tierra, llegando a las capas más profundas, removiendo el suelo profundo y mezclandose con el de la superficie. Tenía gran precaución en los movimientos y fuerza que ejercía, era consciente de la distancia con que levantaba el pico sobre el suelo; de la que quedaba entre la punta del pico y su espalda cada que tomaba impulso; de la que dejaba entre sus pies y donde caía el pico; y de la que tenía que dejar entre sus manos para agarrar el palo de la herramienta. Teniendo que hacer determinados desplazamientos según la dirección en que apuntaba, a su vez tomando en cuenta la potencia que aplicaría en cada uno de estos pasos, teniendo que tomar firmemente la herramienta para evitar el roce entre la madera y sus manos que producía la vibración del impacto del metal sobre la tierra. Controlando en todo momento cual extensión de su cuerpo aquel instrumento.




10. Labrar la piel


Era el fin de la primavera, muchos campesinos ya habían aflojado el suelo de sus terrenos y se preparaban para comenzar a hacer los surcos donde cultivarían. Aquellos que no tenían tractor, tomaron el azadón y comenzaron a surcar. Serían estos surcos los que les permitirían organizar sus cultivos y los caminos que facilitarían las actividades de escarda, cosechas, fertilización, entre otras prácticas. Pero sobre todo servirían para regar sus plantíos al poder distribuir el agua en los canales que se creaban con los surcos. Con el azadón que sostenían firmemente, arrastraban y levantaban el suelo que ya estaba flojo y suelto. El cansancio estaba cada vez más presente, significaba gran voluntad continuar moviendo y acomodando la tierra, pesaban ya los hombros, la espalda y brazos. Aquellos que no usaron guantes sentían como el palo de madera del azadón estaba ya estirando algunas partes de piel en sus palmas y dedos, provocando unos pequeños bultos en principio color rojo vivo que después pasaban a una tonalidad morada, algunos callos les habían brotado. Todo ese esfuerzo y energía invertida por los campesinos valía la pena, pues sabían que podrían sembrar en aquellos surcos con la seguridad de que ahí crecerían sus plantas correctamente, que iban a poder distribuir el agua para todos los cultivos, darles el espacio que requerían entre cada una y el espacio para poder pasar y cuidarlas.


11. Drenar sentimientos


Joel es un profesionista que dedica sus tiempos libres a cultivar en el patio de su casa. Un día se encontraba surcando sus tierras, recién había discutido con su hermano por lo que traía un gran coraje. Afortunadamente, pudo intencionar ese sentimiento al dirigir su energía en el trabajo pesado que implicaba surcar. Al ser una actividad que exigía un gran esfuerzo físico y mental, Joel no solo tendría que tener gran resistencia y fortaleza física para remover los pesados terrones de tierra con la también pesada herramienta que usaba, sino que además tendría que tener una gran resistencia y fortaleza mental, para poder prestar atención y actuar según el entorno en sincronía con su cuerpo. Sabía que existía el riesgo de permitir que la ira que tenía cuando empezó a surcar, lo invadiera por momentos y provocará a su vez dejar de estar presente en las actividades que realizaba, podría distraerse y centrarse en pensamientos sobre la confrontación con su hermano, olvidandose de lo que su cuerpo hacía y cómo lo hacía. Podría perder de vista donde estaba pisando, donde estaba apuntando, cómo agarraba la herramienta, la fuerza que aplicaba, el vuelo que tomaba, entre muchos otros factores que intervienen en cada momento del proceso que se encontraba realizando. La distracción que implicaba dejarse cegar por el enojo, le pudo haber costado pegarse un buen machetazo que el mismo se pudo haber propinado con el filo del azadón en sus pies o espalda, que se resbalarse al pisar mal o sobre una superficie irregular, caer en algún pozo, tropezarse con una piedra o incluso pegarle a la misma con gran fuerza y lastimarse así mismo. Sin embargo, Joel resultó ileso y descargó en la tierra esas grandes cantidades de energía negativa acumulada, de manera que justo en el momento en que se dió cuenta de que no estaba presente en la actividad que realizaba, y que ya se había atrapado en el coraje que traía con su hermano, soltó la herramienta, se paró derecho sobre sus dos pies, sacó el pecho y respiro profundo, concentrando su atención de nuevo en su cuerpo, en como inhalaba el aire fresco que tomaba de su terreno y que pasaba a través de sus vías nasales hasta su pecho y estómago. Percibiendo la energía acumulada en la tensión de sus músculos, hasta poder relajar y soltar su cuerpo por medio de este ejercicio particular que hacía. De repente su pensamiento pasó de estar nublado y vuelto un caos a estar apaciguado y en conexión con el entorno donde se encontraba, aprovechando esa energía desbordada ya no en tensar su cuerpo, sino administrandola en la práctica que realizaba. Desarrollando constantemente aquella resistencia y fortaleza mental ante distractores, sentimientos y situaciones negativas que en ocasiones tiene Joel, el cual siempre tiene que sacar provecho al redireccionar esa energía, de manera que no se acumule al ignorarla simplemente, sino haciéndola consciente para concentrarla en actividades a su favor.




12. Agusticidad


Después de una larga jornada de tequio, es decir, de trabajar en colectivo -en este caso- en las parcelas comunales de su comunidad, aquellos pueblerinos terminaron con sus botas llenas de polvo, satisfechos y plenos, descansaron bajo la sombra de uno de los grandes árboles de su terreno; se hidrataron con sus botellas de agua y sintieron cómo aquel líquido refrescaba su boca seca, pasando por su garganta y pecho hasta llegar a su estómago, tal sensación era magnífica luego del trabajo realizado… ¡Nunca supo tan bien el agua!.


13. Acompañando mis cultivos / Sintonizar mis plantas


Ignacio ha levantado un huerto en casa para poder alcanzar aquel placer que le arrebataron, la dicha de producir alimentos en sintonía con el entorno. Cultivar ha sido la manera en que logra alcanzar cierta forma de experimentar aquel mundo artificial de la ciudad en la que vive, como una extensión del mundo natural en el cual tiene su origen, forma parte, complementa y da sentido a su existencia. Entendiendo y sintiendo el goce que su cuerpo puede conseguir al detonar la sensibilidad sensorial sobre los contenidos cotidianos que compenetran con Ignacio. La necesidad que el huerto exige de observar, oler, palpar, probar y oír detenidamente cómo son sus plantas, el agua con la que riega, los fertilizantes que aplica, las herramientas que utiliza y demás elementos que intervienen en todos los procesos en el huerto, identificando y comprendiendo cómo influye sobre ellas y sobre él el ambiente en que están y las acciones que realiza, le ha posibilitado desarrollar una conciencia para poder acercarse correctamente en el acompañamiento de una manifestación de vida que lo afectara recíprocamente. Siendo esas plantas y el entorno en que está lo que le puede brindar aquella vitalidad que recibirá para consagrarlo con el mismo y viceversa.


14. Lastimar para aprender


Don Felipe era un viejo sabio que compartía con su nieto lo que él sabía sobre relacionarse con plantas. Le decía que para llegar a saber tanto sobre el cuidado de las plantas, tuvo que experimentar, errar y errar otra vez para finalmente acertar. Por ejemplo, le platicó que en ocasiones que necesitaba manipular las plantas para cosechar, accidentalmente las lastimaba e incluso se lastimaba él mismo, rompiendo los tallos sin querer a la vez que la planta lo espinaba. Pues al querer tomar con sus manos los tallos y ramas sin siquiera observarlas un momento, las agarraba bruscamente donde fuese, sin darse cuenta de las puntiagudas espinas con las que se protegían las plantas. De manera que al sentir el pinchazo penetrando en su piel, inmediatamente soltaba y contraía su mano hacía él, quebrando a su paso los brotes de la planta, llegando a arrancar sus hojas y frutos sin estar listos para ser cosechados. Después de un tiempo, veía como en ocasiones rebrotaban las plantas para lucir ahora más bellas y fuertes, dando aun más frutos, conociendo así lo que son las podas. Con el tiempo aprendió cómo es que debe de tratar a las plantas cuando son una pequeña y frágil plántula, cuando son jóvenes vigorosas llenas de hojas resplandecientes, hasta cuando ya son plantas maduras, listas para dar frutos. Teniendo que tratarlas según sea cada planta, tomando precaución dependiendo de si las ramas están entrecruzadas, con o sin espinas, frágiles o duras y cómo le es más facil su manipulación sin dañarlas o dañarse. Al lastimarse y lastimarlas de manera seguida e intensamente, creó una memoria corporal hasta entender y reflexionar sobre lo que podía y debía hacer, así como la prudencia que debía tener.


15. Intoxicar


Anteriormente don Gilberto había trabajado como jornalero aplicando muchos químicos sin protección alguna. Un día, durante una jornada laboral, don Gilberto estaba aplicando una dosis de plaguicida al cultivo de aguacate como preventivo contra algunas posibles plagas, ya que de lo contrario podrían perder la mayoría de la cosecha. Esta es una de las formas más fáciles y rápidas de combatir plagas, la cual puede satisfacer la necesidad de hiper-productividad de esta empresa agrícola, pero también es una de las más tóxicas. El aguacate se encontraba en un sistema de monocultivo que se realizaba a grandes escalas y con grandes intervenciones, para nada tenía que ver con la pequeña huerta que tenía en su casa don Gilberto. En ese particular día en que don Gilberto andaba rociando el plaguicida, los vientos eran intensos, de manera que el líquido volaba hacia todas las direcciones. De repente, sus ojos se irritaron y se enrojecieron intensamente. Dirigió sus manos hacia sus ojos para comenzar a rascarse, embarrandose la sustancia que le había caído en sus manos. Se quitó de su espalda la mochila que cargaba con la máquina aspersora, dejándola en el suelo. Comenzó a caminar a una pequeña bodega donde guardaban agua, sintió el pecho comprimido y comenzó cada vez más a escuchar y sentir como su respiración se agitaba y aceleraba. Su vista se tornaba borrosa, sus ojos comenzaban a perderse en la nada, sintiendo mareo y náuseas a la par que su paso tornaba irregular y descoordinado. Finalmente se desplomó contra el suelo.




16. Desintoxicar


Don Gilberto logró conseguir un trabajo dentro de una granja agroecológica. En la granja preparaban sus propios plaguicidas con productos naturales. Cuando requerían, se apoyaban de los agroquímicos más inocuos, a diferencia de los sembradíos en donde solía trabajar don Gilberto. Desde entonces, experimentó un bienestar físico que se reflejaba en las actitudes y caricias que ahora brindaba a su familia de forma más habitual, más alegre, fortalecido y saludable. Inmediatamente sintió la diferencia en su día a día, pues regularmente cuando trabajaba con la empresa, siempre llegaba a su casa después de un día de aplicar agroquímicos, con fuertes dolores de cabeza y problemas de estómago, se mantenía irritado y de mal humor por varios días. Ahora sin embargo, al llegar a casa, podía gestar actitudes como una simple sonrisa que antes le era imposible, contaba historias con entusiasmo de su día a día y cómo contribuía al bienestar de la vida con su trabajo, además se acomedida en las labores en casa con amabilidad. Expresaba y compartía su amor hacía su nuevo estilo de vida con suaves palmadas en la cabezas o espaldas de sus hijos, roces repentinos con sus manos sobre la piel de su esposa, besos espontáneos, alentaba y motivaba con sus palabras a su familia, a las ideas y proyectos de la misma, reconociendolos como individuos a la vez que como hijos y esposa, similar cómo con aquellas plantas que solo acompaña para atender determinados procesos para que ellas mismas puedan crecer. Dándose cuenta que iba por el camino correcto y que eso era lo que él quería en su vida y la de su familia, más allá de sí hacia el bien o el mal, él lo sabía porque se sentía contento, pleno y satisfecho con lo que estaba creando, con cómo estaba viviendo, convencido de que todo aquello que cambio fue en favor a un bien-estar para la vida en general.




17. Intervenir sin intervenir


Al llegarse el tiempo en el que el maíz que sembró don Felipe daría sus primeras mazorcas, le llegaba la plaga del gusano cogollero, comiéndose los elotes que apenas crecían en su cultivo. Creía que no le quedaba otra opción más que empezar a aplicar agroquímicos. Estaba desesperado. De repente veía una imagen que recorría sus recuerdos: eran unas catarinas y unas crisopas comiéndose los huevecillos que dejaban los gusanos cogolleros. Recordó que las catarinas, las crisopas y otros bichos se habían ido desde que tumbó algunos árboles y plantas con flores que crecían solas alrededor de su terreno. Concluyó que aquellos animalitos se alimentaban y reducían de manera importante el número de gusanos cogolleros, manteniéndo controlado el crecimiento en la población de estos. Comenzó a sembrar algunas plantas como hinojo, eneldo, cilantro, zanahoria, geranio, diente de león, entre otras, en una porción de su parcela para atraer y mantener a las catarinas y las crisopas en su terreno. Para el siguiente ciclo de cultivo del maíz, don Felipe pudo cosechar casi todo el maíz que sembró, solamente necesitó cuidar las otras plantas y el sistema como un todo en sinergia generando relaciones más gentiles y recíprocas entre los diferentes habitantes de su sembradío.




18. Conocer tocando el suelo


La carencia de agua en la comunidad de Karla incentivó su creatividad, sensibilizando aún más su forma de relacionarse con este elemento e inmediatamente pensó hacer algo al respecto. Observó que aquellas plantas con composta retenían mucho más tiempo el agua que aquellas sin composta. Notó que un día después del riego, el suelo de algunas plantas con composta seguía manteniéndose húmedo, lo cual identificaba en parte por la tonalidad de la tierra, que seguía estando oscura. En ocasiones que veía la tierra más clara, introducía sus dedos en el suelo y sentía la humedad y el frío recorrer sus manos, se daba cuenta de que a veces el sustrato podía verse seco, pero era solamente la capa más superficial. Revelando al tacto que la tierra de más abajo todavía se sentía mojada y fresca.




19. Arropar el suelo


Eugenia podía ver como el suelo de sus plantas se secaba con mayor rapidez en verano, por lo cual, tenía que regar más seguido las plantas que tenía en el exterior de su casa. Recordó cómo eran los bosques donde ella creció, los cuales siempre estaban húmedos aun en secas. Una vez que fue a recolectar hongos con su abuela, ella le había hablado sobre la importancia de que el suelo estuviera cubierto de hojas, troncos y otros restos orgánicos que caían de las plantas, mismas que servían para proteger a las plantas del clima. Fue así, como Eugenia descubrió que podía regular el microclima del suelo de sus sus macetas por medio de cubrir el sustrato con restos vegetales que conseguía de las mismas plantas que tenía. Con sus manos, reunía aquellos desechos naturales de su huerto y los disponía rodeando el cuerpo de sus plantas, cubriendo el sustrato y arropandolo.




20. Cubrir


Eugenia estaba pensando sobre los bosques de su comunidad, recordó y reflexionó acerca de cómo bajo la sombra constante de los árboles, el calor que ella sentía en su cuerpo disminuye bastante en comparación a cuando se posaba bajo el sol, por lo que se comparó con una planta. Pensó en que si a ella le daba sed más rápido estando bajo el sol, a diferencia de cuando protegía su cuerpo bajo la sombra de un árbol, a una planta le podría suceder lo mismo. De manera que comenzó a procurar sombra a sus plantas, para mantenerlas hidratadas por más tiempo.




21. Acomodar


Roberto al poder observar y tener la noción de que algunas plantas requerían más sol y otras requerían más sombra, aprovechó mejor el espacio que disponía. Tuvo que observar detalladamente cuáles plantas se ponían más vigorosas en sus verdes y brillantes hojas cuando el sol se posaba en ellas. Las plantas de sombra, por su parte, manchaban y arrugaban sus hojas cuando eran expuestas a los rayos solares. De esta manera, se dio cuenta de que cada planta tenía un temperamento y tono específico a ciertos factores climáticos. Él se hizo responsable de generar acomodos generosos ante estas cualidades, moviendo macetas y procurando sombras a aquellas que más lo necesitaban.




22. Oler el riego / Oler la tierra / Oler la tierra que riego


Carmen era una niña que vivía con su madre Alicia en una pequeña casa de un solo piso a las afueras de la ciudad. Carmen ayudaba a su madre a regar las plantas de su casa, disfrutaba poder oler la tierra mojada cuando caían las primeras gotas de agua sobre el sustrato que contenían las macetas y cómo gradualmente se impregnaba de ese olor; desembocando recuerdos y vivencias de aquellas salidas con su familia al bosque, el cual olía sorprendentemente similar a cuando regaba sus plantas. Aquella sensación que se detonaba con el olor de la tierra mojada, generaba un gusto que la hacía recordar que tenía que regar sus plantas. El regar ya no era una actividad tediosa, sino que era un espacio para el disfrute. Desbloqueaba contenidos en sus recuerdos mediante la esencia que jugueteaba con su olfato. Se convertía en un ejercicio de respiración y hasta meditación, donde podía despejarse de lo que aquejaba su mente, serenar cada fibra en su cuerpo y atender debidamente el riego que requerían sus plantas.


23. Regar


Carmen regaba con una manguera conectada a la llave de agua del pequeño patio de su casa. En ocasiones el chorro de agua salía con gran impulso, sentía como vibraba la manguera por la fuerza del agua que al salir impactaba bruscamente contra el suelo. El chorro de agua removía y sacaba volando de la maceta gran cantidad de tierra, dejando al desnudo las raíces de las plantas, mismas que al pasar los días se oxidaban al contacto con el viento y se quemaban con la luz brillante del sol. Su madre, al observar esto, le sugirió ser más atenta al regar, dado que el ímpetu de un chorro de agua puede agredir o beneficiar a sus plantas. Le indicó que poniendo su dedo en la abertura de la manguera, podía controlar la fuerza de la corriente con la que esta salía. Al hacer esto, Carmen notó con el paso de los días que sus plantas reflejaron una mejora ante el cambio a un riego más suave.




24. Guiar / Direccionar


Erendira como de costumbre estaba distraída viendo a los bichos del jardín en vez de poner atención a cómo estaba regando las plantas, de manera que la mayoría del agua la estaba tirando al impactar y ser desviada por las hojas que cubrían las macetas. Pedro, su abuelo, le pidió la manguera a su nieta, comenzó a visualizar esos ángulos por los cuales el agua podía pasar hacia la tierra por los huecos que había entre las hojas. En aquellas en que las hojas de plano no dejan ningún espacio para que pasara el agua, procedía a tomar delicadamente con una mano cada tallo, buscando en qué dirección podría moverlos sin lastimar a las plantas. La misma planta le indicaba con su rigidez o soltura en que direcciones moverlas, cómo tenía que sostenerlas y dirigirlas para no dañarlas. La planta también indicaba la fuerza del trato que podía resistir. De esta manera, Erendira continuó regando, repitiendo tal y como observó a su abuelo, generando el espacio por donde pudiese pasar el agua y llegara a su destino.


25. Olfatear


Rosy era una adulta mayor con un patio hermoso que adornaban sus plantas y en donde se podían escuchar cantos de diversas aves que iban a visitar el espacio. Rosy solía regar de noche sus plantas para evitar que se perdiera la humedad al evaporarse por el calor del día. En una ocasión, bajo el brillo de la luna, Rosy rociaba la tierra de un níspero en su patio, cuando repentinamente una fuerte pestilencia golpeó su sentido del olfato. Frunciendo su rostro con disgusto, tapó su naríz con un paño y comenzó a buscar el origen del hedor. Abriendo sus poros nasales e inflando el pecho para percibir de donde provenía aquel olor de podredumbre, encontró al fin lo que lo provocaba. Una de las plantas que se encontraba escondida entre todas las demás, la cual al no poder verla por completo, no se percató que ya la había ahogado. la tierra de aquella maceta estaba totalmente encharcada y se había podrido lo que en ella había. A través de un olfato atento, aprendió a reconocer los malestares de su traspatio.


26. (En)cargar semillas


Cuando Alejandra cumplió 17 años, su abuela doña Teresa le regaló un puñado de semillas que había guardado con apremio durante muchos años. Al otorgarle sus semillas, no solamente estaba entregando unos simples granos para cultivar, también estaba confiándole una serie de responsabilidades que tenía que desarrollar para procurar la vitalidad de sus semillas. Alejandra comprendió las historias territoriales que esas semillas contenían y la promesa que estas le planteaban: a través del cuidado continúo de su cultivo podría ser recompensada con ofrendas que las plantas le ofrecerían. El cultivar aquellos fértiles granos que le dejaba su abuela significaba que era su turno de cosechar amargos y dulces frutos, los cuales tendría ahora ella que hacerse cargo de seleccionar, elegir y replicar para que las siguientes generaciones de su comunidad pudieran acceder, a aquellos sabores y saberes que ella decidía cultivar, siempre con la incertidumbre de lo que le deparará el entorno y la temporada para su cosecha.


27. Enseñar a sembrar


La maestra Esmeralda le contó a Eréndira, una de sus alumnas de la primaria rural donde daba clases, que cuando era una niña como ella, la siembra del maíz se hacía en conjunto con el cultivo de frijol y calabaza en las fechas próximas a las lluvias. Hacía un hoyo en la tierra con una herramienta llamada “coa”, un palo de madera con una punta metálica. Presionaba la punta de metal contra el suelo para hacerse espacio en la tierra, el hueco no tenía que ser muy profundo, solo lo suficiente para cubrir la semilla de maíz con el suelo. De su pecho colgaba un morral que contenía granos de maíz, calabaza y frijol, los cuales iba tomando de dos o tres para colocar en los hoyos. Después cubría las semillas con la tierra del surco, utilizando su pie para presionar un poco el suelo para que no quedara la tierra suelta y que el viento, la lluvia o algún animal no pudieran deshacer la siembra. Después de cada tequio terminaba con el cuerpo adolorido, las herramientas desgastadas y una tierra trabajada, todo esto para prosperar en los meses siguientes la milpa que los alimentaría.




28. Escarbar y acomodar


Al sembrar en las tierras familiares a finales de primavera, Ismael le aconsejó a su hija Frida que cuando la semilla fuera muy grande la pusiera a una mayor profundidad en el suelo, ya sea clavando con más fuerza el pico de metal de la coa o escarbando con las manos la tierra. Le señaló que si la semilla terminaba en punta, esta tendría que direccionarse hacia el suelo. Había que ser precavidos con los espacios entre cada cultivo, imaginando cómo crecerían y dejarles espacio suficiente entre plantas, de esta manera sabría la distancia a la que podía sembrar sus cultivos. Cada semilla requería un tipo de esfuerzo particular, haciendo que su cuerpo se desplace de forma diferente entre los surcos, invirtiendo fuerzas distintas para escarbar la tierra según las atenciones particulares requeridas en el acomodo de cada grano.




29. Compostear


Miguel quería empezar una composta, pero todavía no se animaba por lo que pudiera pensar su familia. Había comprado un cajón de madera para hacer ahí la composta, de manera que cada semana que se juntaba una gran cantidad de desechos orgánicos en la casa, Miguel subía a la azotea a vaciar el bote con los residuos en ese cajón. Trataba de vaciar el bote colocándolo a la altura de su ombligo para que al caer se oxigenarán los desechos, a su vez, trataba de distribuirlos por todo el cajón aireándolos aún más para evitar que se pudrieran. Antes de poner los residuos, había preparado una capa de tierra común como de diez centímetros sobre la cual vació los desechos. Miguel repetía esto cada semana y cuando se juntaba una capa de residuos orgánicos como de 20 cm, ponía encima otra capa de tierra con mucha hojarasca, procurando que siempre estuviese algo húmedo. Para Miguel el hacer la composta era muy gratificante, el poder reciclar sus desechos orgánicos para resignificarlos no como desechos sino como aquellos elementos esenciales para mantener el ciclo de la vida del pequeño mundo de su huerto.




30. Descomponer


Lucia, una joven citadina a cargo del pequeño huerto de su casa. Composta periódicamente sus desechos orgánicos para generar un sustrato nutritivo para sus plantas. Cada semana vacía el bote que llenaba con cáscaras y demás restos de la cocina. Al tomar con su mano la tapa de madera del compostero, salían los olores acumulados de sus desechos, sabía que la descomposición de su composta iba muy bien cuando los aromas que entraban por su delgada y afilada naríz eran similares a la tierra del bosque donde vivían sus abuelos. Podía sentir como aquellas temperaturas que alcanzaba la composta calentaban las puntas de sus dedos con las que la removía y volteaba. Veía aquellas mezclas de color verde grisáceo con azulados que hacían las colonias de microorganismos, lo cual le sugería que sus desechos estaban bien aireados. Por el contrario, cuando esos olores que penetraban su nariz le amargaban el paladar, cuando sentía el frío y húmedo tacto de la composta, ahora viscosa y blanca; sabía que la descomposición no era adecuada y que solamente se estaban pudriendo aquellos desechos. Tocando, oliendo y viendo su composta, Lucia se daba cuenta de los cuidados y tiempos implicados en la descomposición óptima de sus desechos.




31. Escardar


En el rancho agroecológico donde trabaja Felipe, suelen deshierbar a mano las arvenses que crecen entre la milpa para no dañar con el azadón las raíces del maíz. Felipe coloca sobre el suelo las plantas de sus pies, flexiona sus tobillos, rodillas, cadera y cuello, mantiene su espalda recta y sin jorobarse toma con sus duras y ásperas manos aquellas arvenses que ve de mayor tamaño y sin espinas, rodeando con sus dedos la parte más baja del tallo casi hasta la raíz, apretando con gran enjundia la punta de sus dedos contra su palma, ahorcando el tallo y generando la fricción necesaria en el agarre para jalar en un movimiento circular a la planta. En algunas ocasiones hay hierbas que se desprenden del suelo con su raíz casi intacta, y pueden ser removidas de la tierra con gran facilidad. En otras ocasiones jala y jala, agitando la hierba sin éxito, consiguiendo solamente que se partiera el tallo y sintiendo como de aquella herida escurría un líquido que le producía comezón e incluso ardor en su piel, pensando que tendría que sacarla con el azadón, pues con sus manos le era ya imposible. Cada arvense le indicaban así una cierta postura y movimientos corporales, acompañada por un repertorio de herramientas y aplicaciones de fuerza para su extracción.